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"Contar la vida en cursos", Víctor Juan

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Imagen: Toni Demuro


Los profesores cambiamos de año con la extrañeza que nos da saber que nuestra vida se cuenta por cursos escolares, nunca por meses de calendario. Víctor Juan, con más de 30 años a pie de aula, reflexiona sobre el milagro repetido de empezar curso con renovadas ilusiones(pdf).
 
"De la misma manera que hay quien cuenta la vida en legislaturas, en campeonatos de liga, en pascuas militares o en ejercicios fiscales, los maestros cuentan la vida en cursos. Los distintos destinos en donde han trabajado son hitos en una larga carrera profesional que les permiten situarse en el espacio y en el tiempo. Y en esas coordenadas recuerdan a las personas con las que compartieron las ilusiones, la tristeza de los días tristes, la esperanza y los sueños de un futuro mejor. Pasa el tiempo muy suave y un día uno cae en la cuenta de que hace treinta años que empezó a dictar dictados, que se han pasado diez desde que dio clase en tal escuela o que aquellos niños que un día fueron sus alumnos ya solicitan plaza escolar para sus hijos.

 Durante estos primeros días de la vuelta a la escuela a los maestros se les amontonan en la memoria el nerviosismo y la incertidumbre de cada septiembre porque empezar un curso es, en realidad, volver a construir un mundo menudo de palabras y complicidades en el que los niños y los maestros van a encontrarse. El aula se llena de escolares nuevos y los maestros harán el milagro de mirarlos a todos, de entenderlos, de preguntarse qué es lo mejor para cada uno de ellos. Y frecuentemente lo harán con pocos recursos, escasos apoyos y sin obtener otra recompensa que la que procura la satisfacción por el trabajo bien hecho. Lo harán porque son maestros. Marguerite Yourcenar escribió en ‘Alexis o el Tratado de inútil combate’: «No es difícil albergar pensamientos admirables cuando están presentes las estrellas. Es más difícil guardarlos intactos durante la pequeñez de los días». Esto es justo lo que hacen los maestros. Trabajan un día tras otro, contando la vida en cursos, en la pequeñez de los días, lejos de la luz de las estrellas.
 
El arte de perder el tiempo 
 

En un mundo tecnológicamente mediado como en el que vivimos es más urgente que nunca recuperar la mirada propia sobre la realidad o lo que es lo mismo tener una teoría personal sobre las cosas, rescatar nuestra mirada secuestrada en las pantallas. Ahora que parece que todo es instantáneo y efímero, quizá uno de los objetivos que deberían proponerse los maestros sea enseñar a los niños a leer reposadamente, animarles para que descubran el placer de pensar mostrándoles el maravilloso mundo de las ideas, invitarles a mirar las copas de los árboles o a desentrañar el secreto que susurra a su paso el agua del río, que no es otra cosa que su propio pensamiento. Para hacer realidad estos propósitos, lejos del activismo hueco y estéril que tantas veces nos distrae de lo importante, los niños han de aprender a no hacer nada y los profesores, como diría la maestra María Sánchez Arbós, deben cultivar el arte de perder el tiempo porque quizá esa sea la única manera de ganarlo definitivamente. Y de vez en cuando, si un niño pregunta qué hago ahora, el maestro haría bien en contestarle: «Nada, no hagas nada. Mira por la ventana. Siéntate y sueña».


Imagen: Toni Demuro

 
(VÍCTOR JUAN: Crónicas de la vieja pizarra,ed. Doce Robles, págs. 48-49)


 




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